Allá, el rincón en donde te escondías cuando los monstruos llegaban, te refugiabas en sus brazos, escondido en el rincón para que no te alcanzaran, y luego descubrías que era la sombra del armario juguetón.
Ese allá, en donde un piso de madera se convertía en un rompecabezas gigante, te decían que no lo desbarataras, nunca entendías por qué te decían eso si era un rompecabezas gigante y siempre lo armabas nuevamente.
Allá, cuando una montaña de arena se convertía en el Everest y tú, imponente, te subías a la cima y eras el conquistador del mundo entero.
Allá, en la tierra de príncipes y piratas, donde todo iba con un sonrisa en la mano y creías que la astronomía hacia plas plas, era parte de tu mundo.
Allá, donde el amor era un corazón, los payasos eran malos, un reloj de oro era otro juguete más, una sonrisa de mamá era tu estrella más grande y la comida que no te gustaba era peor que los monstruos que te perseguían.
Allá, cuando querías te convertías en doctor, bombero, profesor, héroe y hasta presidente, y para eso no tenías que estudiar tanto, y podría asegurar que encontrabas mejores soluciones que los profesionales de verdad.
Allá, ese parque que era tu imperio, esa tienda donde te alegraba comprar helados, esa sala en donde toda tu familia se volvía sólo para ti, ese cuarto que se convertía en toda una aventura o esa película que siempre te hacía reír.
Allá, donde el colegio no era malo, donde tus amigos eran tus aliados en cualquier guerra y donde los profesores no eran tus enemigos.
Allá, ese allá que nunca olvidarás y que, cuando la misma mamá de allá, te hace recordar ahora lo que eras allá, te hace sonreír o sonrojar. Ese allá que nunca olvidas… que nunca olvidarás. ¡Promételo!
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