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En el parque

Preparó el café y salió de casa como cuando se tiene afán, aunque no lo tenía. 
Sabía que llegaría antes y que debería esperar sentado viendo pasar la gente, viendo pasar el tiempo. A pesar del café, su boca tenía un gusto a vino, a buen vino seco de esos que dejan la lengua queriendo más, casi como si el vino la besara y ella solo quisiera más.

Salía el sol, el parque aún estaba húmedo del rocío de la madrugada y esperaba atentamente mientras pasaban los pasos de los desconocidos, miraba sus pasos porque no quería levantar la cabeza, quería que fuera una sorpresa aun cuando tuviera que fingir que era una sorpresa.

Revisó la hora, aún faltaba tiempo. 

Llegaron los pájaros a sus pies, ellos ya le conocían y sabían que siempre traía alguna galleta vieja para desmoronar mientras esperaban juntos. Aunque desmoronaba las galletas con nervios, los pájaros comían con alegría de la mano de su amigo que desde hacía algunas semanas se sentaba allí. Bastó con sentarse una sola vez para que dejara de ser casualidad su visita diaria y los pájaros sabían que contarían con un saludable desayuno a base de avena. Con otra bolsa preparada, los pájaros querían saber qué cargaba allí, pero su amigo nunca los dejó probarlo.

Los pájaros eran los únicos que lo veían realmente, los únicos que conocían su existencia, que llevaban la cuenta de los días que su amigo pasaba allí sentado, sin importar la lluvia o el sol, sin importar el estado de ánimo, a sabiendas de ser invisible, todos los días estaba allí sentado, esperando.
Esperando.

Pensando que probablemente su soledad algún día se retiraría y esperando que ese fuera el día. Que por fin, tanta espera diera resultado y la soledad se retirara por la puerta de atrás, abandonándolo para siempre. Dejaba de sentir soledad solamente en esas mañanas en las que esperaba con ansías el mejor momento del día, aunque lloviera o hiciera sol, o no tuviera dinero, o lo que fuera, siempre era el mejor momento del día. Las mañanas para él se habían convertido en un ritual en el que la espera era lo único que le daba una esperanza, una luz llena de sonrisa. 

Sentado en el parque con sus amigos los pájaros, esperando que esa mañana las cosas cambiaran para siempre. 

Los pájaros escucharon los pasos que se acercaban anunciando la llegada de partir, antes que él mismo los escuchara, así que tomaron las últimas migajas a sus pies y levantaron el vuelo, asustados por el nervioso palpitar de su amigo, que miró al horizonte esperando que apareciera.

De repente, tras los árboles ella estaba allí. Sus pasitos guiados por el camino, como saltando, como jugando. Su lengua afuera y sus pasos agitados, le hicieron saber al buen hombre que venía cansada, buscando algo de beber.
Él, emocionado, abrió la bolsa, sacó una botella de agua y un tazón, y empezó a servir el agua en el piso para su compañera, quien se acercó a saludarlo moviendo su cola, feliz de verlo nuevamente. Le acarició su cabeza suavemente y le rascó tras la oreja derecha invitándola a beber y a comer, esta vez una merienda diferente que un amigo suyo de la oficina le había recomendado, porque él la quería tanto a su lado que ya no sabía cómo convencerla de llevarla a casa, así que desde el día que la conoció, lo intentó con toda clase de comidas y premios pero ella llegaba solo hasta la entrada del edificio, luego se sentaba para un último cariño y se retiraba hacia el parque nuevamente, dejándolo solo. 

Le rompía el corazón pensar que pasaba las noches esquivando autos y aguantando frío mientras él le tenía preparado todo en su hogar, una cama suave y un techo seguro para que pudieran vivir juntos como siempre lo soñó.

Terminó de comer y le puso las patas delanteras sobre las rodillas, esperando que la mimara por ser buena chica y haber comido todo. Así que él empezó a hablarle y la guió hasta la entrada de su edificio conociendo la rutina, preparándose para la despedida cuando de pronto y sin saber por qué, ella subió corriendo las escaleras y llegó a la puerta de su apartamento, sentada frente a ella para que él le abriera. 

Ese día, por fin, la soledad se retiró y dejó que dos nobles corazones empezaran a despertar juntos cada mañana durante lo que duraran sus vidas. 

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Brilha

Y la miraba callado como si algún día fuera a entender que el cuerpo de mujer que me envolvía no era realmente para mí. Enamorado así estaba yo, desde el día que la vi, desde que me miró y sentí el olor barato de algún frasco de plástico, porque para vidrio nunca le alcanzaba. En la oscuridad, así no mas estaba ella casi desnuda contoneándose y no para mí. En medio de luces de colores que no dejaban de admirarla, sí, tenía luz propia, pero nunca lo supo, sólo sabía que los ojos que la miraban en ese momento lo hacían ebrios pero deseosos. Curioso. Ese era el mundo de Brilha, “es portugués” me decía orgullosa, “significa brilla” Su verdadero nombre Soledad. Su profesión, Prostituta. Su origen, algún barrio de esos en los que la esperanza es lo primero que se pierde. Su mundo giraba en torno a sonrisas y besos vendidos, se veía su hermosa cara en medio de esas mujeres ofreciendo menos que amor por algo de dinero, estaba ella ahí entre vestiditos de lentejuelas y ropas íntimas bri