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Sólo una pesadilla

Como si no fuera suficiente ya, me sumerjo en esas noches donde la pasión es lo único que me queda luego de tanto polvo en la nariz, no hay nada más triste que adjudicarme a vicios inertes y cuerpos etéreos que me llevan lejos de lo que realmente quiero. Respirar cosas blancas se hace un estado innato en mí, no he logrado salir del circulo de estrellas, de cada noche derrocharme en placeres, entregarme eterna y completa como si la eternidad fuera una virtud en mí, si supieran aquellos que cada vez que amanece sólo quisiera despedirme nuevamente y tenderme a tocar la mano de los ángeles en rojo, que me traen más y más perdición.

Bienvenidos al fabuloso mundo de las noches de Rock n’ Roll, donde lo que queda de cerebro se utiliza sólo para escuchar las notas efímeras y resonantes en los oídos, que apenas y pueden pasar corrientazos por las neuronas. Se hace exquisito el olor a tabaco y ganjah, todo evoluciona, las luces de colores, las pocas que quedan, se tornan diferentes y parpadean a una sola voz, con ritmo a lo que suena en el momento.

Me levantó de la silla al escuchar la dulce voz de Lou Reed cantando orgulloso a su heroína, la música me levanta como si yo fuera una simple marioneta, una pobre muñequita ya guardada bajo el polvo porque el espíritu infantil ya se cansó de jugar y la guardó en lo más recóndito del juego, donde pudiera pudrirse a sus anchas.

Suenan desquiciadas las notas de la canción y veo a todos desternillarse de risa al escucharlos, son otros pobres que no encuentran más refugio que el de aquel oscuro escondite para poder desperdiciar su vida mientras afuera el mundo se glorifica de no tener que verlos, de creerse la basura que les muestran, mientras nosotros hartos de verla, preferimos enclaustrarnos a comérnosla, a vivirla, a ser esa basura que tanta hipocresía encuentra lejos de sus puertitas de cristales rosas.

Y con esa bonita sonrisita amarillenta, regresa triunfante, satisfecho de saciar sus ansias de poder, de estar junto a una niñita para estrenar, orgulloso de llevarme lejos de mí. Me brinda un beso con sabor a whisky caro, de ese que no me gusta, me deja perpleja y suelto una carcajada llevada de los demonios al verlo tan simpático y degradante. Soy su nueva muñequita, me cubre de polvo para que la inocencia me olvide, me inunda de abrazos sicóticos, me invade de besos con sabor a coca, me penetra con la fuerza de las pepas. Y yo sólo atino a sonreírle, como si estuviera enamorada. En el fondo sé que no es así y con el poco juicio que me queda sé que jamás podría enamorarme de un ser tan desperdiciado y usado como él.

Me encandilan las luces, quiero salir de una buena vez, quiero ir a acusarlo con mamá, quiero que ella me consienta con su dulce olor, ella no huele a whisky, a marihuana, a cerveza o a perico. Sólo quiero ir a recostarme en su regazo y pedirle que me diga que todo estará bien, que la pesadilla ya pasó, que es sólo eso, una pesadilla más. “Despierta ya”.

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Brilha

Y la miraba callado como si algún día fuera a entender que el cuerpo de mujer que me envolvía no era realmente para mí. Enamorado así estaba yo, desde el día que la vi, desde que me miró y sentí el olor barato de algún frasco de plástico, porque para vidrio nunca le alcanzaba. En la oscuridad, así no mas estaba ella casi desnuda contoneándose y no para mí. En medio de luces de colores que no dejaban de admirarla, sí, tenía luz propia, pero nunca lo supo, sólo sabía que los ojos que la miraban en ese momento lo hacían ebrios pero deseosos. Curioso. Ese era el mundo de Brilha, “es portugués” me decía orgullosa, “significa brilla” Su verdadero nombre Soledad. Su profesión, Prostituta. Su origen, algún barrio de esos en los que la esperanza es lo primero que se pierde. Su mundo giraba en torno a sonrisas y besos vendidos, se veía su hermosa cara en medio de esas mujeres ofreciendo menos que amor por algo de dinero, estaba ella ahí entre vestiditos de lentejuelas y ropas íntimas bri