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Pensamos mucho en el futuro

Iba ella con sus pantalones rotos, sus converse rotas, unas gafas a medio poner (con un lente roto, por supuesto) y una camiseta roída en el cuello. Iba ella toda rota caminando por el parque, ese parque que cuando hace mucho viento pareciera que llovieran hojas y camina sobre ellas, un poco melancólica.

Iba pensando en lo que le iba a decir, en lo que iba a escuchar y en cómo todo iba a terminar. Como siempre, pensando en el futuro. Pensando en todo lo que iba a hacer cuando pudiera decir lo que tenía que decir, cuando pudiera hacer lo que debía decidir.

Seguía caminando con el cabello sobre la cara pensando en cómo tenía qué pensar, pensando en el futuro, pensando en lo que podría pasar.

Llegó y lo vio sentado con esa cara de preocupación que siempre tiene, porque él piensa mucho en lo que debe hacer mañana, en lo que debe hacer en una semana, en lo que debe hacer en un mes. En lo que debe pagar, en lo que le tienen que pagar y en lo que pasará cuando ya no tenga nada que pagar, ni nadie tenga que pagarle.

Ella se quedó mirándole la cara de preocupación en la calle del frente, antes de pasar el semáforo, el bendito semáforo que es un complique superar, porque como todo el mundo va pensando en lo qué debe hacer, planeando su semana, proyectando su futuro.

Finalmente, decidida, cruzó la calle. Él la miró y con un sencillo “hola” la invitó a sentarse a su lado. Ella, impertinente como es, le dijo:
“Piensas mucho en el futuro, ese es tu error. Pienso mucho en el mañana, ese es el mío. Pensamos mucho en el futuro y es por eso que no tenemos chance de disfrutarnos el día de hoy. Planeamos mucho lo que podrá pasar, por eso no entendemos que todo puede pasar hoy. Proyectamos mucho lo que queremos, por eso no lo alcanzamos pronto. Pensamos mucho en el futuro, ese es el error… Yo no voy a pensar más en “qué podría pasar”, yo quiero saber lo que hoy va a pasar”

Él se quedó mirándola con cara de sorpresa y preocupación, y le dijo “Tengo que esperar a mañana para tener esta conversación”

Ella se prendió un cigarrillo, lo miró y le dijo “Excelente respuesta, nos hablamos cuando tengas tiempo, cuando no pienses en el futuro, cuando creas que puede existir un hoy... Tal vez cuando eso pase, yo esté viviendo ese hoy”

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Y la miraba callado como si algún día fuera a entender que el cuerpo de mujer que me envolvía no era realmente para mí. Enamorado así estaba yo, desde el día que la vi, desde que me miró y sentí el olor barato de algún frasco de plástico, porque para vidrio nunca le alcanzaba. En la oscuridad, así no mas estaba ella casi desnuda contoneándose y no para mí. En medio de luces de colores que no dejaban de admirarla, sí, tenía luz propia, pero nunca lo supo, sólo sabía que los ojos que la miraban en ese momento lo hacían ebrios pero deseosos. Curioso. Ese era el mundo de Brilha, “es portugués” me decía orgullosa, “significa brilla” Su verdadero nombre Soledad. Su profesión, Prostituta. Su origen, algún barrio de esos en los que la esperanza es lo primero que se pierde. Su mundo giraba en torno a sonrisas y besos vendidos, se veía su hermosa cara en medio de esas mujeres ofreciendo menos que amor por algo de dinero, estaba ella ahí entre vestiditos de lentejuelas y ropas íntimas bri