No pude aguantar la risa, verlo ahí tan asustado…
Y tan fuerte que siempre se había mostrado.
En el momento menos indicado se volvió un manojo de nervios, temblaba su cuerpo apenas. Y yo acalorada, a medio vestir, tumbada en la cama mirándolo como si fuera gracioso, sí lo era, aunque también resultó ser frustrante, tanto esperar a la soledad de la intimidad para que lo invada el miedo escénico, pero no entendí por qué.
Me le acerqué por la espalda, le rocé la nuca suavecito con mis labios y respiró profundo, lo abrace aún sentada tras él y me tomo las manos, yo estaba emocionada nuevamente, le besaba el cuello pero él sólo se retiraba hasta que se levantó bruscamente.
Ahí ya no supe qué hacer, estaba desconcertada completamente, no entendía lo que sucedía… no entendí qué pasó, así que opté por el ritual sagrado de la partida, comencé a vestirme, despacio por si me detenía… pero sólo me miraba, no hacía mas sino mirarme, así que decidí dejar de ponerme el pantalón, lo dejé justo a la altura de las rodillas y me senté. Lo enfrenté, le pregunté directamente qué carajos le pasaba.
-No sé… los nervios me traicionaron.
¡¿Qué?!
Pensé yo cruelmente, pero igual seguía sin entender, creo que se dio cuenta de mi incógnita porque empezó con la sarta de excusas vacías, y yo seguía sin entenderle
-No eres tu, soy yo, no sé qué pasó, me sentí raro, de pronto vamos muy rápido.
¡Noooo!
¡¿Cómo me decía eso?!
No lo pensaba yo y ¡¡sí venía a pensarlo él!!...
Pero para un hombre el cuerpo de una mujer resulta siendo un fetiche, un templo a la adoración, un idóneo para la pasión. Es la perfección de la naturaleza reunida toda en un solo ser, y ese ser resulté siendo yo en el perfecto momento.
Ahí cayó, rimbombante a mis caderas, deseoso a mis labios… la unión perfecta de una desnuda y pasional naturaleza.
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