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El Juicio, Parte 3: La Sentencia

Esa es la única sentencia que me puede dar señor mío, que me sentencie yo sola, y me sentencié desde el comienzo a una soledad absurda… pero más triste aún es darme cuenta que con usted tengo que bajar las expectativas, no me quedó más que una decepción, creo que por más que lo intente no pude dejarlo de enaltecer, lo creía capaz y sagaz, grave error, jamás imaginé que a través de los acontecimientos en este caso señor mío la culpable fuera yo… asi es, ya acepté mis culpas pero creo que usted nunca aceptará las suyas. Es mi deber decir que usted, señor mío, justificaba su indecisión a través de mis hechos, pero ya me doy cuenta que a raíz de un pasado que le pesa y lo busca (es más, tiene nombre) es que su indecisión nunca lo dejó ver mas allá de lo que sus ojos cegados querían ver.
Acá me encuentro sentenciándome a verlo de una manera distinta, hasta me atrevería a decir que algo triste, aunque sigo firme en que lo único que se ganó fue en el hecho de sentir una amistad especial, mi sentencia es verlo así, especial, ni modo, creo que eso no cambiará por más que se sepa la distancia creada entre el sentimiento que en mí aún existe, acá se alarga la sentencia.
Ahora entiendo claramente las palabras que me dijo alguna vez, para mi era risible tenerle miedo ahora veo por qué… además de la sentencia ya dictada dejeme agregar otra más, el hecho de tener mis recuerdos intactos, el hecho de haberse convertido en esa persona que jamás tendré pero a la que siempre querré y claro esos recuerdos serán guardados en un tercer lugar en mi corazón, no tengo que ser humilde porque no soy tanto pero eso es un privilegio.
Como ve la sentencia es corta pero lo mas grave es el principio, el hecho de haberme defraudado como persona.
Esto no tiene sentido y ya lo sé, disculparán los ávidos jueces mi falta de concordancia en este escrito pero creo que aún las ideas no las tengo claras.

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Y la miraba callado como si algún día fuera a entender que el cuerpo de mujer que me envolvía no era realmente para mí. Enamorado así estaba yo, desde el día que la vi, desde que me miró y sentí el olor barato de algún frasco de plástico, porque para vidrio nunca le alcanzaba. En la oscuridad, así no mas estaba ella casi desnuda contoneándose y no para mí. En medio de luces de colores que no dejaban de admirarla, sí, tenía luz propia, pero nunca lo supo, sólo sabía que los ojos que la miraban en ese momento lo hacían ebrios pero deseosos. Curioso. Ese era el mundo de Brilha, “es portugués” me decía orgullosa, “significa brilla” Su verdadero nombre Soledad. Su profesión, Prostituta. Su origen, algún barrio de esos en los que la esperanza es lo primero que se pierde. Su mundo giraba en torno a sonrisas y besos vendidos, se veía su hermosa cara en medio de esas mujeres ofreciendo menos que amor por algo de dinero, estaba ella ahí entre vestiditos de lentejuelas y ropas íntimas bri